todos esos libros y esos discos arderán.
esa ropa y esas cartas, irán detrás.
en lo alto de la pira mis amigos me saludan.
y mis padres, mis hermanos y tú, me sonreís.
cuando empiece a llover ceniza sentiré un desgarro extasiado, sangraré.
el pánico por los murciélagos le hizo a Batman convertirse en quien es.
y yo, ahora encuentro cierta paz mientras leo un libro titulado Fiambres, la fascinante vida de los cadáveres.
mientras tanto, camino por un Madrid oscuro y vacío escuchando música de muertos.
mis manos aún huelen a ti y se me pasa por la cabeza no volver a lavarlas hasta que pueda volver a fundirlas con las tuyas de nuevo.
no hace ni una hora que te has ido y la inercia sigue llevándome irremediablemente a inclinarme buscando tu cuello para hundirme en él.
continúo sumida en la vorágine de la necesidad de bajar a desayunar y marcharnos a la playa, dorar mi cuerpo casi por completo al sol y la temperatura que está alcanzando, lejos de mantenerme en mi toalla, me lleva hacia la tuya. por fin he encontrado un calor abrasador que no me baja la tensión.
una coca cola, unas patatas y volver a saltar las olas sin soltarnos, no vaya a ser que el agua nos distancie un sólo metro.
la marea te lleva por delante y aunque ría, el sentimiento de ternura invade mis brazos y piernas en forma de escalofrío.
Vitoria a contraluz.
Bilbao, la ciudad elegida, la tranquilidad y el sosiego.
Zarautz, nuestro paraíso particular.
San Sebastian, el peine del viento que agita mi cabello aclarado por el sol.
Sopelana, Gernika, Getaria, Biarritz, detalles complacidos, deseos realizados.
Pamplona y la vuelta ciclista de la moda desde un banco.
conducirnos, llevarnos y encontrarnos en caminos y carreteras.
cantar y reir.
y ponerme guapa para ti.