20 noviembre 2012

facing the books

tenía la pasión. sabía que la tenía.
ya había habitado en mí hace tiempo y sólo era cuestión de despertarla y recuperarla.
empezó con dos regalos, en un principio y apariencia sencillos -ahora soy capaz de ver más allá y contemplar lo mágico de lo que realmente eran-. y, aunque degustados ligeramente espaciados en el tiempo, intuí que ya me había picado.
pero tampoco le di mayor importancia.
quizá esperaba un golpe fulminante, pero me di cuenta de que si esperaba lo inesperado podría reconocerlo cuando apareciese. así que tuve paciencia.
todo se vuelve fácil cuando en lugar de ver cómo entra por los ojos, se siente de una manera irracional. exacto, eso es, la pasión.
y caí. caí rendida. llega un momento en que te haces con las llaves que van abriendo las puertas, que los engranajes oxidados por mil y una circunstancias diferentes, vuelven a ponerse en marcha si haces una cuidadosa puesta a punto.
luego todo funciona sólo, y una cosa lleva a otra. y giras la cabeza casi sin querer, y es casi tan asombroso como gratificante ver el punto en el que te encuentras y todo lo que has avanzado.

y antes de publicar esto, lo releo y me doy cuenta de que no habría sido capaz de escribirlo si no hubiese llegado a un punto en el que nada más terminar un libro, hubiese empezado otro con un intervalo de menos de 30 minutos de diferencia.

al final, todo es una rueda dentada que moviéndose hace moverse a otra, y ésta a otra, y a su vez a otra, y a otra, y a otra, y a otra, y a otra....


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